Ir al contenido principal

La última visita de Hemingway a España

 

Hemingway celebra la devolución de su pinza-billetero
en un restaurante de Madrid. La fotografía cuenta con
una dedicatoria autógrafa de Hemingway


Es imposible separar la vida de la obra del artista porque en la obra artística, para serlo, es menester poner más intensidad de vida vivida que en cualquier otra creación humana. Esa vida vivida es a la vez exterior e interior, visible e invisible, siendo sus proporciones, para cada caso, únicas.

Ocurre en el arte, por tanto, que para entender lo creado hay que entender al artista, sin que ello signifique establecer una causalidad mecánica que anticiparía la obra de arte antes de ser compuesta. Por eso, la verdadera obra de arte es irrepetible y muestra una verdad desvelada por el misterio de la creación, que es un proceso personalísimo del que no sabemos casi nada.

Señalamos lo anterior porque Hemingway es paradigma de artista en el que se funden la persona y el personaje, la vida y la obra, lo creado y el creador.

En Hemingway (1899-1961) habita el demonio de la muerte. Es un demonio afectadamente viril que va al límite, al final del horizonte desde el que la vida se contempla más profunda y auténtica, a cambio de la autodestrucción del sujeto que mira, incapaz de librarse de esa fascinación mórbida. Hemingway mira la vida, aparentemente sin miedo, desde el fondo apurado de una botella de vino, que es una forma de acelerar, buscándolo, el final. Esta pulsión de muerte y de autodestrucción que afecta a Hemingway y que planea en toda su obra como tema principal (la muerte ritualizada, que eso es lo taurino, la lucha, el riesgo, la locura, el suicidio, la caza mayor, la guerra, etc…) no es sólo personal: habita en su familia y parece que tiene un componente hereditario.

Enlazamos aquí con un tema muy querido por Marino Gómez-Santos: la relación entre la medicina, la enfermedad y la expresión artística.

Pero vayamos a los hechos. El padre de Hemingway, Clarence Hemingway (1871-1928), que era médico, se suicidó a los 57 años disparándose un tiro en la sien, tras sufrir un prolongado e irreversible deterioro de su salud mental que duró más de dos décadas y que se agravó a partir de 1904.

Ernest Hemingway estaba muy ligado a su padre, con el que también compartía aficiones y gustos (el de la caza, por ejemplo) por lo que su muerte le afectó hondamente, culpando a su madre, Grace (1872-1951), de lo ocurrido y negándose a reconocer que su padre, cuando él tenía cuatro años (1903) ya se había autodiagnosticado una depresión severa que nunca pudo superar.

Debido a la presión de las convenciones sociales, la familia atribuyó el suicidio del doctor Hemingway a dificultades económicas. Tenemos, por tanto, concentrados los elementos del drama en una misma familia: la sospecha de la herencia genética hacia el deterioro mental, el suicidio del padre y tres causas alternativas de su muerte: la cierta (suicidio por depresión), la admitida socialmente (suicidio por problemas financieros) y la falsamente atribuida por Ernest Hemingway (suicidio por culpa de su madre). He aquí un hecho habitual en las familias atacadas por la lepra del suicidio: abundan la culpa, las mentiras y el ocultamiento, creando una atmósfera pesada e irrespirable de reproches, rencores y dolor.

Es sabido que la mayoría de los hijos del matrimonio Hemingway sufrían diferentes grados de insomnio, tensión arterial errática, depresión severa, dolores de cabeza inhabilitantes y, en los casos más extremos, de paranoia. Al igual que su padre, tres de los hijos de la familia Hemingway se suicidaron (Ernest en 1961, Úrsula en 1966 y Leicester en 1982), sospechándose que Marcelline, otra de las hijas de los Hemingway, también lo hizo en 1963.

La maldición del suicidio y la culpa saltó a otras generaciones de la familia Hemingway. Ernest Hemingway tuvo tres hijos varones, Jack, Patrick y Gregory. El primero, Jack, que era alcohólico, tuvo tres hijas. Una de ellas, Margaux, también alcohólica, se suicidó el 1 de julio de 1996, con 42 años, un día antes de la fecha del suicidio de su abuelo Ernest. Otra, de nombre Mariel, acusó a su padre de abusar sexualmente de sus dos hermanas (de Margaux y de Joan). En cuanto a Gregory Hemingway, otro de los hijos de Hemingway, heredó los problemas de alcoholismo y de deterioro mental de la familia, sufriendo además las consecuencias de una identidad sexual no resuelta, siendo acusado por su padre (de nuevo aparece el fantasma de la culpa en la familia Hemingway) de la muerte de su madre, la segunda esposa de Ernest Hemingway, Pauline Pfeiffer.

El hecho profundamente turbador es que en cuatro generaciones de la familia Hemingway se produjeron seis suicidios (si se considera como tal la causa de la muerte de su hermana Marcelline), abundando, además, los problemas de depresión y las adicciones en muchos de sus miembros.

Con estos antecedentes familiares queda claro que Hemingway fue un ser vulnerable envuelto en la piel de un león que, vanamente, desataba su furia contra la profecía de suicidio que condenaba a su linaje.

Todo lo anterior viene a propósito para entender mejor el suceso barojiano que le ocurrió a Ernest Hemingway durante su último viaje a España, enviado como reportero de la revista Life, en septiembre de 1959, dos años antes de suicidarse y ya con evidentes signos de deterioro físico, contado estupendamente por Marino Gómez-Santos en una serie de crónicas publicadas en el diario Pueblo.

Refiere Marino Gómez-Santos que Hemingway había venido a España para hacer un gran reportaje para el público norteamericano del duelo taurino entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez. Marino Gómez-Santos tuvo la fortuna de acompañar a Hemingway en este pintoresco periplo, experiencia que le permitió escribir la crónica de una visita que fue mucho más allá de lo taurino. 

En Aranjuez, por ejemplo, Hemingway y Marino Gómez-Santos, al salir del famoso restaurante El rana verde, vieron a una señora tendida en el suelo, que acababa de ser atropellada por una motocicleta. Hemingway se lanzó a auxiliar a la herida recogiéndola en sus brazos, para entregarla a la cuadrilla de Ordóñez con el fin de que la llevaran inmediatamente a urgencias.


Hemingway auxilia a una mujer atropellada en Aranjuez


En esos días, a Hemingway le robaron una pinza-billetero, regalo de su hijo Patrick, con 9.000 pesetas, en el patio de caballos de la plaza de toros de Murcia, mientras firmaba autógrafos apoyado en una reja de hierro. El hecho tuvo lugar la víspera de su marcha a Ronda, donde tenía previsto asistir a una corrida goyesca. La pinza-billetero tenía grabada la imagen de San Cristóbal con un lema al que Hemingway, que era un gran supersticioso, le atribuía un poder secreto: Llévame contigo y no tendrás peligro.


Hemingway firmando autógrafos en una plaza de toros


Marino Gómez-Santos propuso a Hemingway que pusiera un anuncio en el diario Pueblo, solicitando la devolución de la pinza-billetero. Hemingway accedió a la sugerencia, añadiendo en el anuncio que el ratero podía quedarse con las 9.000 pesetas en “pago a su destreza”. En el anuncio se daban como direcciones de la devolución un apartado de correos en Málaga y la del hotel Suecia de Madrid, en el que Ernest Hemingway iba a alojarse tras realizar su periplo taurino por España. Parece que el anuncio removió la conciencia del ladrón, porque el 21 de septiembre la pinza-billetero fue devuelta, aunque sin las 9.000 pesetas, en la portería del domicilio en Madrid del torero Antonio Ordóñez, amigo de Hemingway.

Se especuló sobre la identidad del carterista, llegándose a la conclusión, según Marino Gómez-Santos, de que sería un “ser turbio buen conocedor de los ambientes taurinos”, porque un vulgar ladrón no entra sin más en un patio de caballos de una plaza de toros, siendo más bien los lugares naturales de sus fechorías los tendidos, las puertas y las inmediaciones de los cosos. Además, el hecho de que devolviera la pinza-billetero en el domicilio de un torero, reforzaba esta idea.

La historia no terminó con la devolución de la pinza-billetero. Se hicieron gestiones con la Diputación de Murcia, con el fin de restaurar el buen nombre de la provincia, para instituir un premio literario dotado con 9.000 pesetas, a lo que se sumó el ofrecimiento de un particular de reintegrar a Hemingway el dinero robado.

Hemingway consideró que no podía aceptar sin más que una persona anónima, en un acto de generosidad, le reintegrara lo sustraído, así que accedió a recibir ese dinero, al que añadió 500 dólares de su bolsillo, con la condición de dotar un premio literario anual durante cinco años para escritores españoles, idea que acordó con Marino Gómez-Santos justo antes de partir por carretera hacia Nimes para asistir a otra corrida de toros. Se decidió que el premio llevaría su nombre y que se fallaría, al menos durante los siguientes cinco años, el día de su nacimiento, cada 21 de julio. El primer premiado, único del que tenemos constancia, fue Alfonso Martínez Berganza, por su artículo titulado El desolladero, cuyo tema se inspiró en un cuadro de Solana.


Hemingway lee las galeradas del premio literario que
lleva su nombre en la redacción del diario Pueblo

No pasarían dos años desde esta fecha cuando Hemingway se suicidó, el dos de julio de 1961, introduciéndose en la boca el cañón de su escopeta favorita, una Boss de calibre doce. Inmediatamente se atribuyó su muerte a la herencia genética recibida, agravada por las numerosas conmociones cerebrales que sufría como consecuencia de graves accidentes de automovilismo y de aviación, golpes de boxeo y heridas de guerra acumuladas durante toda una vida de excesos coqueteando con la muerte.

En el reportaje de Marino Gómez-Santos sobre el pintoresco caso del robo de la pinza-billetero trasluce el hecho del alcoholismo de Hemingway, presentado con delicadeza, y la fascinación por los accidentes que pueden llevar a la muerte. En una cita con Hemingway en el hotel Suecia, Marino Gómez-Santos describe lo siguiente:

Ha llegado de Salamanca y trae la barba crecida como un pope (…) Bajamos la escalera desde el “hall” al bar del hotel Suecia, donde vive Ernesto.

-Ya sé que habéis salvado de milagro.

Ernesto no comprende bien así, de momento, hasta que le aclaro que me refiero al accidente de automóvil.

-Fue una buena faena de Davis (el chófer). Y un milagro del santo.

-¿De qué santo, Ernesto?

- ¡Es verdad! ¡Tú no lo sabes!... Fue un milagro de San Cristóbal.

A lo que añade:

Nos acercamos a la barra del bar. El barman pone una botella de vino rosado.

-Tú tómate lo de siempre. Yo he dejado el whisky. Creo que no me hacía bien. Me he pasado ahora al vinillo éste (…)

Se tira de la perilla (Hemingway), mientras tiene la vista fija en la copa.

Continúa Marino Gómez-Santos con otro pasaje:

Hablamos de toros. Ernesto me muestra unas pequeñas heridas en la mano derecha.

-Estaba en el callejón y saltó el toro. Yo me metí en el burladero de golpe… ¡Fue un trago bueno!

Quedamos un momento en silencio, y él, entretanto, mira al interior de la copa.


Hemingway y Marino Gómez-Santos en una de sus citas
en el hotel Suecia


En otra cita, refiere Marino Gómez-Santos lo siguiente, tras firmar Hemingway al camarero del bar del hotel un ejemplar de El viejo y el mar:

Le abrieron una botella de vino rosado, se bebió una copa con ansiedad (…) volvió a tomar otro trago de vino rosado (…) se quedó un rato pensativo, revolviéndose la barba de la perilla entretanto y dándole vueltas a la copa sobre el mostrador de mármol del bar.

Ernest Hemingway sabía lo pernicioso del abuso del alcohol aun cuando fuese un alcohólico. Por eso escribió lo siguiente:

“Oblígate a hacer sobrio lo que dijiste que harías estando borracho. Eso te enseñará a mantener tu boca cerrada.”

Pero también sabía que para él, el alcohol era un ingrediente necesario para soportar la vida tal y como la veía a través de su mente. Por eso también dijo.

“Bebo para hacer que otras personas sean más interesantes”

El conocimiento directo de Hemingway sobre España venía de muy atrás, de 1919. Hemingway siempre se sintió fascinado por nuestro país, al que caracterizó en frase muy temprana (1921) y llena de tópicos como un “país para machos (…) con atunes y truchas y vino a dos pesetas.” Además, entre sus escritores favoritos figuraba Pío Baroja, al que admiraba sinceramente y que fue un modelo para él.


Hemingway visita a Pío Baroja en su lecho de muerte, en octubre
de 1956. Le entregó un libro con la siguiente dedicatoria: 
"A usted, don Pío, que tanto enseñó a los jóvenes
que queríamos ser escritores
"


En su último periplo por España, Hemingway tenía el encargo de la revista Life de relatar la rivalidad entre dos toreros. El semanario publicó el trabajo de Hemingway en 1960, que se convirtió, pasados los años, en su obra póstuma titulada Un verano peligroso, publicada en 1985, añadiéndose a la relación de obras de inspiración netamente española del autor: Fiesta, Muerte en la tarde, La quinta columna, Por quién doblan las campanas, así como los guiones de España en llamas y La tierra española y parte de El jardín del Edén.

Esperamos que con esta anécdota barojiana que procede del Fondo Documental Marino Gómez-Santos, se entiendan mejor a Hemingway y al escritor que llevaba dentro, animando a la lectura de su obra.


Comentarios

Entradas populares de este blog

José Ortega y Gasset: exilio y enfermedad

Ortega y Gasset en Aravaca, 1929 El 9 de mayo se cumplen 136 años del nacimiento de José Ortega y Gasset (1883-1955). La noche del 31 de agosto de 1936, pocos después del comienzo de la Guerra Civil, Ortega y Gasset abandona España gravemente enfermo y muy decepcionado por la experiencia de la Segunda República, que considera completamente fracasada, entre amenazas y acusaciones de contrarrevolucionario, que le llevaron a dejar su domicilio y a refugiarse en la Residencia de Estudiantes. Por mediación de su hermano, Eduardo Ortega y Gasset, que era Fiscal General de la República, del médico y exministro de la República, Vicente Iranzo y del embajador de Francia, Jean Herbette, parte hacia Marsella desde el puerto de Alicante, adonde llega sin un céntimo y aquejado de una fiebre contumaz. De allí viaja a La Tronche, un pueblo a las afueras de Grenoble, lugar en el que se queja de “ fiebre, terribles dolores y debilidad espantosa ” y, después, a París, permaneciendo en cama de

La muerte de Ramón Gómez de la Serna

El 12 de enero de 1963, Ramón Goméz de la Serna fallece en Buenos Aires, capital de su exilio. Pocos días después, el 23 de enero, sus restos mortales llegan a España para ser enterrados en el Panteón de Hombres Ilustres de la Sacramental de San Justo, en la misma sepultura que su admirado Larra, que se encuentra en el patio en el que también reposan los restos de los padres de Gómez de la Serna. Gómez de la Serna es uno de los grandes renovadores de la literatura española del siglo XX. Introductor de las vanguardias, vanguardista él, barroco y conceptista, humorista serio, creador de un ismo personalísimo, el ramonismo, retratista de la palabra, pintoresco, anfitrión de banquetes, tertulias y homenajes literarios, subversivo, buscador de lo inverosímil, costumbrista, brillante, esteta, experimental, personaje en sí mismo, maestro de nuevas corrientes y tendencias literarias, precursor y anheloso de escribirlo todo de otra manera porque siente que ha llegado la

España: un enigma histórico

Marino Gómez-Santos entrega a Claudio Sánchez-Albornoz un ejemplar de su libro Españoles sin fronteras Traemos al blog un testimonio oral de primer orden, que por su duración (79 minutos) y unidad de contenido no queremos ni debemos extractar. De modo que sugerimos escucharlo íntegro desde el portal web de búsqueda del Fondo Documental Marino Gómez-Santos:  https://fdmgs.urjc.es/awa/urjc.php Una vez en la web de búsqueda, basta escribir en la opción  Búsqueda simple Claudio Sánchez Albornoz exiliados o en la Búsqueda avanzada, escogiendo el campo Título , escribir Claudio Sánchez-Albornoz , enlazar con el operador Y , y en la opción  Todos los campos  escribir exiliados . El documento en cuestión es una entrevista realizada por Marino Gómez-Santos a un ya anciano Claudio Sánchez-Albornoz (1893-1984), en la que el maestro de historiadores nos relata los primeros siete años de su exilio, esto es, desde su llegada como embajador de la República Española al Portugal de Sal