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La muerte de Ramón Gómez de la Serna







El 12 de enero de 1963, Ramón Goméz de la Serna fallece en Buenos Aires, capital de su exilio.

Pocos días después, el 23 de enero, sus restos mortales llegan a España para ser enterrados en el Panteón de Hombres Ilustres de la Sacramental de San Justo, en la misma sepultura que su admirado Larra, que se encuentra en el patio en el que también reposan los restos de los padres de Gómez de la Serna.

Gómez de la Serna es uno de los grandes renovadores de la literatura española del siglo XX. Introductor de las vanguardias, vanguardista él, barroco y conceptista, humorista serio, creador de un ismo personalísimo, el ramonismo, retratista de la palabra, pintoresco, anfitrión de banquetes, tertulias y homenajes literarios, subversivo, buscador de lo inverosímil, costumbrista, brillante, esteta, experimental, personaje en sí mismo, maestro de nuevas corrientes y tendencias literarias, precursor y anheloso de escribirlo todo de otra manera porque siente que ha llegado la hora de abandonar las monotonías y superficialidades del realismo y del naturalismo, en un mundo absurdo que se rompe y derrumba entre guerras y revoluciones.

Es cosa escrita en las estrellas: Gómez de la Serna muere pobre, como Larra, sin el reconocimiento merecido, que llega tarde, como tantas veces ocurre en este país nuestro. No se aprobó que fuese académico y se le improvisa un premio de la Fundación Juan March, tras penosas imploraciones de su mujer, Luisa Sofovich, y alguna que otra mediación de última hora, cuando está muy enfermo, un año antes de morir, para completarle la modesta pensión de 5.000 pesos que el Parlamento de la Argentina, país en el que vivía, le había concedido en 1962.

Entre 1910 y 1912, Gómez de la Serna inventa la greguería, que es el aforismo de la vanguardia, un conceptismo del siglo XX, "el grito de los seres y las cosas", "humorismo más metáfora", "captación de lo instantáneo", "atrevimiento a definir lo indefinible", creación genial de la que malvive cuando los ingresos escasean porque proceden, casi en exclusiva, de su colaboración en el diario Clarín, estirando su ingenio más allá de lo que le permite la enfermedad. 

Ramón Gómez de la Serna tiene sus obsesiones, naturalmente. La muerte es una de ellas, como le pasaba a Quevedo, con el que comparte un estoicismo. Pero no es una obsesión morbosa, sino llena de hermosura, porque sin la muerte “el hormiguero humano llenaría plazas y calles. No conmovería el amor, no habría prisa, las estrellas no tendrían luz de inquietud.

Gómez de la Serna redacta una autobiografía sobre sus primeros sesenta años de vida que titula Automoribundia, ya que "un libro de esta clase es más que nada la historia de cómo ha ido muriendo un hombre y más si se trata de un escritor al que se le va la vida más suicidamente al estar escribiendo sobre el mundo y sus aventuras.






También escribe Los muertos y las muertas, obrita en la que se ríe con gravedad de la muerte, ante la que no caben "charangadas, baladronadas y chabacanerías perogrullescas" porque "nadie ha visto jamás una calavera seria."




Finalmente, en Nuevas páginas de mi vida, completa su autobiografía anunciando su propia muerte: Ya tengo frío en la nuca y esos fríos vienen del más allá (…) las venas llaman de noche como si se hubiesen olvidado la llave y ya son como los lebreles que nos husmean las piernas y a veces nos muerden. Ya he sentido el arco de la muerte probar unas notas en mi cerebro (…) Malo cuando se oyen los batanes de la sangre y ya se vive porque las venas quieren estallar, pero ninguna se atreve a ser la primera. Ya hasta la sinovia que estaba tranquila en las entretelas, quiere salirse y si no hay albuminaria hay literaturia.




Si "todo lo que creen los novelistas que inventaron les ha pasado a los muertos", el oficio de escritor es recordar sus vidas, las de los muertos, que lo contienen todo, siendo la literatura una necrológica.

Cincuenta y seis años después de su fallecimiento, Ramón Gómez de la Serna es ya un clásico que, como todos los clásicos, duerme para el común olvidado en su gloria. Descanse en paz.


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