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Francisco Umbral: el hombre solo y desanclado

Francisco Umbral en la biblioteca
de Marino Gómez-Santos


Marino Gómez-Santos sabía que una entrevista bien conducida es un venero de valiosas trazas y referencias sobre el entrevistado. Por eso realizó tantísimas (de algunas conservamos, afortunadamente, la grabación) que sirvieron de base para numerosos artículos y biografías que escribió.

Además, Marino Gómez-Santos era consciente de que una buena entrevista no sólo consiste en hacer preguntas estupendas. Debe haber en ella, también, un ritmo y un clima adecuados. Por ritmo se entiende que cada pregunta lleve a la siguiente con naturalidad y que lo haga con un propósito interesante y aceptable, de modo que, tras la pregunta final, se logre un perfil acabado de la persona entrevistada, de su obra y de sus actos. En cuanto al clima, ha de ser de confianza, que es algo que se logra fácilmente entre iguales.

Cuando estas premisas se cumplen es probable que la persona entrevistada, invitada por la cordialidad, aporte una confesión inédita o alguna novedad esclarecedora. En ese momento podemos decir que la entrevista se ha redondeado, dando de sí todo lo que podía ofrecer.

Un ejemplo de lo dicho lo brinda la entrevista que en 1991, Marino Gómez-Santos realiza a Francisco Umbral (1932-2007), que vamos a comentar sin ánimo de resumirla, porque nuestra recomendación es, naturalmente, escucharla íntegra. 

Consideramos que esta entrevista de poco más de media hora, es un testimonio de un valor extraordinario para el conocimiento de la historia de la literatura española del siglo XX, además de un modelo en el género que convendría estudiar en los grados de comunicación.

Lo primero que hay que decir es que Umbral no es una persona fácil de entrevistar, aunque detrás del tremebundo, del personaje construido, de la “bestia fiera”, de su máscara (¿qué heridas de la infancia disimula/qué flaquezas tapa/qué identidad distorsiona/qué dolores adultos guarda?) asome un ser mucho más cercano y comprensible.

Pero atención, no hay que confiarse: Umbral, que tiene la necesidad fisiológica de escribir (ha de llenar cinco folios al día, más la columna periodística de rigor para sentirse somáticamente en equilibrio) no está para perder el tiempo contestando a preguntas tontas. Así que a Umbral, si se le quiere captar, hay que irle al grano y con conocimiento de causa, porque a sus 58 años y opulentamente en forma, además de atender a sus innumerables encargos literarios e interviús, tiene como proyecto, nada menos, que escribir una historia (a su manera, por supuesto) de la España del siglo XX.

En la entrevista habla el Umbral que interesa, el escritor que fundiendo géneros bajo un nuevo lirismo, al que añade buenas dosis de mala leche y desfachatez, con un lenguaje renovador y personalísimo, descuella literariamente entre sus coetáneos.

Nos dice Umbral que sólo le interesa escribir y leer, distrayéndole por molesto cualquier otro asunto, hasta el más nimio, cotidiano e imprescindible, considerándose para todo lo ajeno al oficio de escritor como un perfecto ignorante, llegando a confesar hiperbólica y cómicamente que “no sé ni servirme un vaso de agua cuando voy a la cocina (…) ni sé dónde está la llave de la luz.”

Umbral necesita el silencio y la soledad para que se realice su vocación, la escritura, que no nace de su cerebro sino de su cuerpo entero, tal y como lo hacen el comer, el beber o el respirar, siendo tal cosa, la vocación, no una pulsión elevada de la mente, del espíritu o una llamada de las musas, sino una cuestión puramente material y orgánica, una necesidad del organismo.

Llama la atención esa obligación de recogimiento (silencio y soledad en pensiones baratas o en retiros en el campo) precisamente en el último gran conquistador de los cafés y ateneos literarios de Madrid (al que fue traído por José Hierro), porque pareciese que el asiduo a las tertulias habría de ser capaz de escribir rodeado del bullicio de la mundanidad parlante, de la humareda espesa de los cigarrillos y del trasiego incesante de los camareros de los cafetines. No es el caso.


Francisco Umbral en Casa Lucio, en el "rincón de Ochoa", con Lucio,
Marino Gómez-Santos y su esposa, Angelines. Año 1991

Pero a Umbral no le basta con la soledad y el silencio para escribir. Necesita encargos, saber que lo que escribe tiene un destinatario, no sólo porque pretende ganarse la vida como escritor sino porque no concibe qué es eso de escribir en el vacío o, dicho de otro modo, qué es eso de escribir para uno mismo.

Además, necesita temas, que prefiere buscar en la vida (para empezar, en la suya propia) y no en los papeles o en las noticias, que siempre serán para él, agotada la imaginación, un último y torpe recurso, de ahí la necesidad de vivir la vida y la imposibilidad del aislamiento, por lo que hay que aceptar las obligaciones, molestias y compromisos sociales que acarrea. Entre los temas, hay uno que se repite sin cesar en la obra de Umbral. Nos explicaremos. Umbral, que era un madrileño de provincias, continuó con la tradición que encumbraron Galdós (1843-1920) y Baroja (1872-1956) -no fueron los únicos- aunque a ambos los consideraba pésimos escritores, de tratar a Madrid como un personaje y una materia literaria porque, en definitiva, “Madrid, más que una ciudad, es una disculpa para escribir.”

Para completar los requisitos anteriores, Umbral necesita leer hasta empaparse de un ambiente, una materia, una personalidad o un estilo: ensayos, poesía lírica, memorias, novelas muy seleccionadas que atrapen desde las primeras páginas y relecturas de autodidacta que siempre le llevan a sus escritores favoritos (su Quevedo -1580/1645-, su Valle-Inclán -1866/1936-, su Baudelaire -1821/1867-, su Eugenio d’Ors -1881/1854-, su Juan Ramón Jiménez -1881/1958-…)

Toca Umbral muchos otros asuntos de interés en la entrevista, que sólo citaremos: la envidia, el ambiente del tardofranquismo, la censura, el tiempo pasado que nunca regresa, la soledad que advierten los que ya son viejos, su interés por la medicina, su naturaleza aprensiva, la política, el periodismo, los proyectos literarios pendientes y cómo le gustaría ser recordado.


Semblanza rápida de Marino Gómez-Santos sobre un joven
Francisco Umbral, publicada en el diario
Pueblo el 16 de noviembre de 1966

Más allá del Umbral conocido, del Umbral de las entrevistas, hay un Umbral ignorado y herido cuyo drama viene de sus años infantiles y que explica mucho al Umbral adulto que tanto irrita, al que, además, la tragedia le vuelve a golpear en 1974, al morírsele de leucemia su único hijo de seis años.

Umbral tuvo un padre desvanecido, Alejandro Urrutia, abogado e intelectual cordobés, y una madre soltera, la vallisoletana Ana María Pérez Martínez, que se hizo pasar por la tía del niño para tapar el escándalo de un nacimiento “bastardo” en una sociedad intolerante y mezquina. Además, se determinó que para disimular su origen, Umbral no naciera en Valladolid, la ciudad natal de su madre, sino en una maternidad del barrio madrileño de Lavapiés, lo que llevó, casualidades del destino, a que fuese bautizado en la Iglesia de la Palma, en la misma pila bautismal que Larra (1809-1837). Finalmente, y esto añade otro desgarro a su infancia, a partir de los cinco años abandonó la escuela definitivamente por “problemas de salud”, viéndose obligado a seguir una formación autodidacta y solitaria rodeado de los libros de su madre y los de la Biblioteca Municipal de Valladolid.

Cuando Umbral tuvo conciencia de su pasado, cambió su nombre y apellidos (Francisco Umbral se llamaba realmente Francisco Alejandro Pérez Martínez, que es lo que debe constar en el registro civil) así como el lugar (Valladolid por Madrid) y la fecha de su nacimiento (1935 por 1932), construyendo un personaje de ficción (una vida literariamente vivida, como acostumbraba a decir) sobre sí y sus carencias. Sabido lo anterior se entiende perfectamente lo que confesara en 1974, cuando se le estaba muriendo su único hijo:

“… he optado o estoy optando por el engaño, por el autoengaño, de modo que seré inauténtico para siempre. No creáis nada de lo que diga, nada de lo que escriba. Soy un farsante.”

Umbral vivió sin padre y cuando quiso serlo se le murió el hijo. ¿Cómo no van a dejar huella estos dolores en la persona, incluso en la más fuerte?

La obra de Umbral y su visión de la novela no se entienden sin su vida. Es más, la obra de Umbral es su vida y la vida de los otros contada a través de su yo literaturizado e inventado (lo contrario del realismo, del que decía que era imposible por implicar la desaparición del autor), lo que significa que desgajada de su base profunda, su obra resulta incomprensible. 

Umbral, rechazado y querido a partes iguales es una de las cumbres de la prosa española del siglo XX (así lo aseguraron, entre otros, Miguel Delibes, Camilo José Cela o Manuel García Posada). Por tanto, recordémosle como nos propuso: como el escritor puro que fue y por sus obras, que en el fondo son un larguísimo monólogo sobre un yo inventado y mezclado con la reciente realidad social y política de nuestro país.

Nota. Para acceder a la grabación, en la web de la URJC hay que seleccionar BIBLIOTECA y FONDO DOCUMENTAL MARINO GÓMEZ-SANTOS o ir directamente a la siguiente dirección: https://fdmgs.urjc.es/awa/urjc.php. Una vez allí, accedemos a la grabación escribiendo en BÚSQUEDA SIMPLE "entrevista grabada Francisco Umbral" o en BÚSQUEDA AVANZADA, CAMPO AUTOR, seleccionamos "Umbral, Francisco", operador "Y" y en CAMPO MATERIA, seleccionamos "Literatura española".

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