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Miguel Delibes y la timidez

Portada de El Cultural dedicada a Miguel Delibes, con motivo
de su fallecimiento

Celebramos el centenario del nacimiento de Miguel Delibes (1920-2010), en la convicción de que el mejor homenaje que podemos ofrecerle es mostrar algunos detalles de su personalidad que ayuden a entender mejor su obra, a partir de documentación seleccionada del Fondo Documental Marino Gómez-Santos.

Comencemos esta tarea con una pregunta: ¿se puede conocer a alguien por su correspondencia privada? La contestación convencional es que sí, siempre y cuando esa correspondencia sea abundante y continuada.

Cuando se dan ambas condiciones, los epistolarios, cuadernos de notas y diarios son una fuente muy valiosa de conocimiento biográfico ya que, al no estar escritos para la publicación, muestran una realidad de la persona que no capta la mirada dirigida exclusivamente a su actividad pública.

Esta premisa nos lleva a otra cuestión que sólo apuntaremos para no desviarnos de nuestro tema: dado que el género epistolar está en trance de desaparecer, el conocimiento que tendrán de nosotros las generaciones futuras habrá de completarse por medios distintos que indagar en unos epistolarios inexistentes, aunque desconocemos si habrá sustitutivos donde mirar (¿redes sociales, correos electrónicos?) por lo que, quizás, lo que se sepa de nosotros en el futuro será menos auténtico y real que lo que nosotros sabemos de quienes nos antecedieron. En fin…

Pero volvamos a nuestro asunto precisando más la pregunta: ¿es posible que una persona refleje en una sola carta lo que es, su esencia?; ¿puede ser que alguien, en unas breves líneas dirigidas a un tercero, sea capaz de extraer, quizás sin pretenderlo, un depurado de sí mismo fiel y completo a la vez?; en fin, ¿cabe una persona en una carta como en el rápido trazo del caricaturista están los rasgos del modelo sin que sea menester definirlo smás?

La respuesta a estas preguntas es también afirmativa, aunque tal cosa ocurra raramente, porque da vértigo pensar que lo que es una persona, con todas sus complejidades, pliegues y misterios, pueda resumirse en una carta.

El Fondo Documental Marino Gómez-Santos contiene numerosas cartas de diferentes personalidades. En algunas se tratan temas banales o de pura circunstancia. En otras, de contenido más rico, se desarrolla una tesis o se cuentan hechos relevantes. Y en las menos, quienes las escriben, queriéndolo o no, nos plantan en unas pocas frases el dibujo completo de su persona.

Hay en el Fondo Documental Marino Gómez-Santos una carta autógrafa que cumple esta excepcionalidad y por eso queremos mostrarla. Es una misiva escrita por Miguel Delibes a Marino Gómez-Santos, en respuesta a un libro que éste le envió sobre Severo Ochoa.





Sobre postal y carta autógrafa de Delibes dirigida a Marino
Gómez-Santos

Comprobamos que la carta está escrita con pulso vacilante y que su caligrafía es difícil, tanto que Marino Gómez-Santos, tras fallecer Delibes, pidió a la familia del escritor que la transcribiera, cosa que hizo su nuera Pepi Caballero (la persona que mejor conocía la letra de Delibes) al haber sido secretaria personal del escritor durante 24 años.

En esta carta Delibes, hablando de otros, habla sobre todo de sí mismo.

Refiere Delibes una anécdota aparentemente insustancial: cómo no conoció a los Ochoa. Lo primero que llama la atención en la carta es que no habla de Severo Ochoa (1905-1993) en particular sino del matrimonio Ochoa, al que veían (subrayamos este otro plural porque se adivina que Delibes incluye también a su esposa, Ángeles de Castro) en Benidorm cada primavera, a finales de los 60 y primeros 70 del pasado siglo.


El matrimonio Ochoa paseando por Nueva York

Confiesa Delibes que por la timidez de ambos, nunca fueron presentados ni hablaron, aunque notaba en la distancia que sentían una mutua amistad. El hecho de no haber vencido esa timidez es algo que, a la vista del tiempo pasado, Delibes no se perdona, por más que ya no tenga arreglo. Termina Delibes la carta despidiéndose de su amigo Marino Gómez-Santos, con una descripción lapidaria de sí mismo: “Yo viejo, cansado y vencido”.

Por esta carta y por lo que sabemos a partir de otras fuentes, podemos afirmar que Ochoa y Delibes se parecían mucho en lo íntimo. Ambos eran modestos y tímidos, con un gran mundo intelectual interior. Pero, sobre todo, los dos sentían devoción por sus mujeres, a las que sobrevivieron, provocándoles su desaparición una melancolía incurable (“melancolía estancada” dijo Delibes de la suya) que les acompañó, menguándolos cruelmente, hasta la muerte.

Recuerda este episodio de la timidez a otro en el que Delibes es accidental protagonista. Viviendo Juan Marsé (1933-2020) en París a comienzos de los 60, vio a Delibes en una terraza de un café del Boulevard Saint-Germain. De inmediato, Marsé sintió el impulso de presentarse ante el escritor consagrado (Delibes, que por entonces tenía trece años más que Marsé, ya era Premio Nadal, Premio Nacional de Literatura, Premio de la Fundación Juan March y Premio de la Crítica) pero, por timidez, no lo hizo. Cuando Marsé obtuvo en 1965 el premio Biblioteca Breve por su obra Últimas tardes con Teresa, recibió una nota manuscrita de felicitación de Delibes, a la que contestó refiriéndole la anécdota y cuánto lamentaba no haber vencido entonces la timidez que les impidió haberse conocido.

Así que Marsé no se presentó a Delibes por timidez, al igual que los Ochoa y los Delibes, por más que se conocían y se veían a lo lejos, nunca cruzaron una palabra. Estos ejemplos nos muestran que al igual que hay silencios atronadores, existen no-acontecimientos cargados de significado que dicen mucho de sus protagonistas.

Señalábamos al comienzo de estas líneas que se conmemora el centenario del nacimiento de Delibes, que falleció hace diez años, el 12 de marzo de 2010.

Pero Delibes, que estuvo obsesionado con la muerte desde niño (de ahí viene su primera novela, La sombra del ciprés es alargada (1948), de la que no tenía una buena opinión al calificarla de novela floja, de lenguaje petulante y con una segunda parte inadmisible) no murió sólo una vez, sino que lo hizo tres veces.

Delibes murió por primera vez cuando falleció su mujer, Ángeles de Castro (1923-1974), pues con ella se fue la mejor mitad de él, como solía decir. El desconsuelo fue tan enorme y la herida tan profunda que tardó 17 años en publicar, en un esfuerzo que tenía mucho de elegíaco, su canto póstumo de amor titulado Señora de rojo sobre fondo gris (1991), en alusión al retrato de su esposa, pintado por Eduardo García Benito, que ocupaba un lugar de honor en su despacho.

Sabemos que el dolor, como los sueños, es una de las materias de la que nace la literatura y que “escribir novela es pasarse la vida disfrazándose de otros”, como afirmaba Delibes, aunque a veces esos otros, los personajes literarios, seamos nosotros mismos.

Eso ocurre con Señora de rojo con fondo gris, obra en la que el personaje ausente de la novela, Ana, es en realidad Ángeles de Castro y el protagonista, Nicolás, no es otro que Delibes, al que acompañan otros personajes que, con nombres figurados, son personas de carne y hueso como el pintor Eduardo García Benito y el filósofo Julián Marías.

Murió Delibes por segunda vez, ahora para la literatura, en Madrid, el 21 de marzo de 1998, en la mesa de operaciones de la clínica La Luz, para tratarse de un cáncer. He aquí su testimonio de cómo quedó tras la operación:

En el quirófano entró un hombre inteligente y salió un lerdo. Imposible escribir. Lo noté enseguida. No era capaz de ordenar mi cerebro. La memoria me fallaba y no era capaz de concentrarme (el cáncer) no me mató pero me inutilizó para trabajar el resto de mi vida.

Y Delibes murió para la vida, definitivamente, el 12 de marzo de 2010, a los 89 años.

Delibes fue enterrado en el Panteón de Personajes Ilustres de Valladolid, donde también reposan los escritores José Zorrilla (1817-1893) y Rosa Chacel (1898-1994), el bailarín Vicente Escudero Uribe (1888-1980) y el doctor Pío del Río Hortega (1882-1945). Quince mil personas visitaron la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de Valladolid, ciudad de la que era hijo predilecto, cuando aún se honraba la fama bien merecida y la autoridad de los buenos escritores.

Delibes nos lleva a otro escritor con el que coincidió en Valladolid, muy diferente a él tanto en lo personal como en lo estilístico, al que admiraba por encima de todos sus coetáneos, Francisco Umbral (1932-2007), del que dijo que fue el último escritor de provincias que se lanzó con éxito a la conquista de Madrid. Esta admiración por Umbral era compatible con su afirmación de que la novela más redonda que había leído de los escritores de su generación y siguientes era El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019).

Delibes nos resumió su fórmula de la novela, sólo aparentemente sencilla, que incluye tres ingredientes (“un hombre, un paisaje y una pasión”) y que trata sobre cuatro temas universales tan viejos como la humanidad: la infancia, la muerte, la naturaleza y el prójimo.

Entrevista a Delibes, El País, 6 de noviembre de 1983


Con Delibes aprendimos, además, una lección personal: que la vida en comunión con la naturaleza nos puede salvar de las degradaciones materialistas que nos ciegan y  dominan en estos tiempos de ocaso.

Ahora que tan necesarios son los referentes éticos, terminemos con unas palabras de Delibes acerca del sentido y del valor de la literatura, lejos de la pretensión puramente esteticista del arte por el arte, procedentes de su obra España 1936-1950: muerte y resurrección de la novela:

“…ante el dilema que plantea la sociedad contemporánea, y frente a esa misma sociedad, yo, sin caer en dogmatismos políticos, he tomado parte por los débiles, los oprimidos, los pobres seres marginados que bracean y se debaten en un mundo materialista, estúpidamente irracional. Esto implica algo terrible, imperdonable desde un punto de vista literario, a saber, que yo, como novelista, he adoptado una actitud moral, hecho que, por otra parte, nunca he desmentido, puesto que a mi aspiración estética –hacer lo que hago lo mejor posible- ha ido siempre enlazada una preocupación ética: procurar un perfeccionamiento social.”

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