Fotografía realizada hacia 1930. El doctor Gregorio Marañón en el Hospital Provincial de Madrid, rodeado de sus colaboradores |
Por vez primera en la historia de España se ha decretado una cuarentena nacional provocada por una pandemia global, que también obliga a muchos otros países a ordenar confinamientos masivos de la población de una magnitud sin precedentes. Cuando se escriben estas líneas, el confinamiento forzoso afecta ya a más de un tercio de la población mundial.
La lucha de la medicina contra las enfermedades
infecciosas es un capítulo inacabado y heroico de su historia, al que hoy se
añaden nuevas páginas que se escriben a partes iguales con dolor y con valentía,
sabiendo que los sacrificios y sufrimientos del presente serán los alivios y
remedios del mañana.
Desde sus orígenes, la medicina libra una guerra sin cuartel contra
los agentes que producen infecciones en el ser humano, que sólo comienza a ganarse, batalla a batalla, cuando se conoce la estructura, el funcionamiento y las formas de transmisión del
patógeno infeccioso.
En esta epopeya, el descubrimiento de las vacunas
supuso un hecho de una trascendencia absolutamente extraordinaria, por más que
ciertos grupúsculos fanatizados nieguen aún, contra toda evidencia, su eficacia.
El siglo XXI ha comenzado con muchos sobresaltos
infeccioso-epidémicos: el SARS en 2002-2003 (que fue la primera pandemia causada por coronavirus, afectando a 30 países de los cinco continentes, con origen en un mercado húmedo de la provincia china de Guangdong); la gripe A en 2009 (que también fue
declarada pandemia por la OMS); los brotes mortíferos del ébola en 2014 y 2019; el rebrote
de la poliomielitis en 2014 y el zika en 2016. Lo único que diferencia a la Covid-19 de estas epidemias es su enorme impacto en los países
desarrollados. O dicho de otro modo, que nos afecta de plano a nosotros.
Queremos traer aquí dos referencias del Fondo Documental
Marino Gómez-Santos que ilustran esta guerra sin
cuartel de la medicina contra los patógenos infecciosos.
El primer testimonio nos lo proporciona el doctor
Juan Antonio Alonso Muñoyerro (1886-1971), que en una entrevista realizada por
Marino Gómez-Santos y publicada en Tribuna Médica, relata la espantosa
letalidad de las enfermedades infecciosas en los niños de las inclusas a comienzos del siglo XX.
Entrevista realizada por Marino Gómez-Santos al doctor Muñoyerro, publicada por Tribuna Médica |
El doctor Muñoyerro sabe de lo que habla: ingresó en 1915 en la
inclusa de Madrid para estudiar, junto con el doctor Bravo Frías, la terrible mortalidad
de los niños que albergaba.
Al principio, francamente, nos asustamos, porque se
morían los niños como no se puede usted hacer idea. Y nos preguntábamos: ¿acaso
nosotros no conocemos la especialidad y somos culpables de esta mortalidad
tremenda? (…) Un pediatra, Schlosmann, llamó a las inclusas necrópolis
infantiles. Los niños se morían del ochenta al noventa por ciento (…) según
epidemias y épocas.
El estudio de los doctores Muñoyerro y Bravo Frías duró tres años, desde 1915 hasta 1918, fecha de inicio de la mal llamada “gripe española” ¿A qué conclusión llegaron?
El doctor Muñoyerro la resume así:
Después de consultar las historias clínicas (…) que
pasaban de las seis mil, así como el resultado de las autopsias, estudios de
laboratorio, etc., llegamos al convencimiento de que la causa principal eran
las infecciones y los trastornos nutritivos.
Dicho en otras palabras, las infecciones diezmaban a los niños mal alimentados y abandonados en el torno por prejuicios absurdos o por la extrema miseria de sus familias, siendo muchas de las causas de muerte, en la actualidad, perfectamente evitables gracias a los avances en vacunación, antibióticos, profilaxis y alimentación.
Entrevista realizada al doctor Gregorio Marañón por Marino Gómez-Santos, publicada por Tribuna Médica |
La segunda referencia que traemos aquí sobre la guerra inacabable entre la medicina y las enfermedades infecciosas, tiene como protagonista al doctor Gregorio Marañón (1887-1960), cuando iniciaba su carrera como médico interno. De nuevo en Tribuna Médica, Marino Gómez-Santos, nos refiere lo siguiente:
“Al ganar la plaza de médico de la Beneficencia
Provincial (de Madrid) tenía Marañón definida perfectamente lo que iba a ser su
trayectoria. Solicitó la asistencia al Departamento de Enfermedades Infecciosas,
instalado a la sazón en el último piso del hospital. Uno de sus discípulos
describió en 1935 el ambiente de este primer servicio del doctor Marañón:”
Salas abuhardilladas, más bien pasillos, sin casi
ventilación, en donde se mezclaban toda suerte de infecciones y en las que las
frecuentes epidemias acumulaban tal cantidad de pacientes que materialmente
faltaba el sitio para moverse entre las camas…
(pacientes a los que el doctor Marañón daba) … asistencia que muchas
veces se prolongaba día y noche, sin escatimar esfuerzos y sacrificios, incluso
el de la salud.
"Muchas veces hemos oído referir a don Gregorio cómo su maestro, el doctor Madinaveitia (1861-1938), pasaba la visita encorvado para no tropezar con aquellos techos bajo las buhardillas. Era Marañón interno suyo cuando asistió a toda la obra de derribar las buhardillas para hacer salas (…) Fue una labor personal y meritísima de Madinaveitia”
… que inició la transformación de la arquitectura
del hospital vetusto para convertirlo en un hospital moderno.
“Marañón comenzó su actuación en el hospital, como médico de la Beneficencia Provincial con el mismo espíritu renovador de su maestro. Desde el primer momento, sus decisiones -que iban a dar impulso a un nuevo concepto de la medicina hospitalaria- fueron observadas en el establecimiento con gran expectación y, a veces, con escándalo de los timoratos.”
Decía Marañón:
Yo, ya de una generación distinta y formado al lado
de Madinaveitia, el santo rebelde, tampoco me avine a que permanecieran en
aquellos locales los enfermos hacinados; y entonces hice una campaña, que
todavía alguno de esta casa recordará, campaña juvenil, y por genuinamente
juvenil, violenta, que me costó dos expedientes de la Diputación de los cuales
escapé bien, probablemente porque mi buen padre era entonces diputado.
El doctor Marañón difundió dos tipos de medidas para combatir las infecciones: la profiláctica y la farmacológica. Esta última, por ejemplo, dando a conocer en España un nuevo remedio, el salvarsán (o arsénico que salva), compuesto que conoció en Alemania directamente de su descubridor, el doctor Paul Ehrlich (1854-1915), Premio Nobel de Medicina, para curar la sífilis, que es una infección bacteriana.
Hay una enseñanza en estos dos ejemplos que puede
aplicarse en el presente: que el mejor escudo contra la enfermedad es
la ciencia y su correcta aplicación, y que los bulos y las mentiras, que se
propagan por las redes sociales más rápidamente que los virus por el aire, agrandan
la letalidad de las epidemias.
Escuchemos, por tanto, a la medicina y a las
matemáticas con la atención que merecen.
¿Qué nos dice la medicina de la actual pandemia?
Por los datos científicos que se conocen, la tasa de
infección de la Covid19 es de entre 2 y 3 (RO de 2'68), lo que significa que cada
infectado contagia a su vez entre dos y tres personas.
También sabemos que el virus se transmite por gotas
respiratorias del infectado a las personas sanas, bien directamente, por el aire o por tocar
objetos contaminados cuya carga viral acaba entrando por boca, ojos o nariz.
Añadamos a lo anterior que es casi seguro que el virus tiene un origen
zoonótico.
Además, sabemos que hay un período asintomático de
hasta 14 días en el que un infectado, sin saber que lo está, puede contagiar a
las personas con las que tiene contacto, de ahí la vital importancia de las
pruebas fiables y tempranas de diagnóstico, así como del rastreo de los contactos a gran escala.
¿Y qué nos dicen unas matemáticas básicas sobre la
progresión de la enfermedad?
Que cada día se infecta un número determinado de
personas, que por ahora aumenta con respecto al día anterior con una tasa
creciente. En consecuencia, sabemos que el día 1 hubo x infectados, que el día 2 hubo
x+y infectados y así hasta el último día del que tenemos datos.
Que en esta progresión siempre se cumple lo
siguiente: el incremento de infectados entre un día posterior y otro
anterior es igual a los infectados del día posterior menos los del día
anterior.
Por tanto, es fundamental averiguar cuál será la
cantidad de nuevos infectados en cualquier día, que llamaremos (n), para
predecir con algo de rigor cómo y cuándo se estabilizará y bajará la curva de
la progresión de contagios.
Una relación elemental (sin tener en cuenta a recuperados
y fallecidos) nos lleva a considerar que la cantidad de nuevos infectados en
cualquier día (n) será igual al nivel de exposición (e) que tengamos (que puede
ir del aislamiento total a la libertad absoluta de circulación), multiplicado
por la probabilidad de contagio (p) (que va de la higiene y precaución
perfectas a la falta de cualquier medida profiláctica) multiplicado a su vez
por el número de infectados (i).
De esta relación básica se deduce que el número de
infectados de cualquier día posterior es igual al número de infectados del día
anterior multiplicado por una constante: (ep+1)
Si (ep+1) es igual a 1, los infectados del día
posterior son iguales a los del día anterior. Quiere esto decir que la
progresión de la enfermedad se ha parado y, con ella, el aumento de la presión sobre el
sistema sanitario.
Si (ep+1) es inferior a 1, el número de infectados disminuye
con respecto al día anterior, reduciéndose la presión sobre el sistema
sanitario.
En cambio, si (ep+1) es superior a 1, la progresión de la enfermedad
aumenta, tanto más cuanto mayor sea a uno, llevando al sistema sanitario a una
situación de gravísimo riesgo y de colapso.
¿Y de qué depende que (ep+1) sea mayor o menor que
1? Del nivel de exposición, de la higiene y de la protección.
Las matemáticas y la medicina coinciden con el
sentido común y con las normas de las autoridades sanitarias, que son las
siguientes:
· Es vital el confinamiento en casa de los asintomáticos y
de los leves para reducir al máximo la exposición de todos (e).
· Tan importante como lo anterior es seguir
escrupulosamente las medidas higiénicas y de autoprotección. Para esto último, la protección, quienes atienden al público han de contar con protocolos y medios adecuados (distancia
mínima, mascarillas, guantes, desinfectantes, trajes, etc…) especialmente si hablamos
del personal sanitario que trata a los enfermos, de los cuidadores de mayores y
de quienes velan por la seguridad y el cumplimiento de las normas, sin olvidar,
por supuesto, al resto de trabajadores que, de una manera invisible, mantienen
la cadena de servicios y de suministros esenciales.
Ponemos nuestras esperanzas de cura en el
conocimiento que nos da la ciencia, en la organización racional de los recursos y en el cuidado heroico que nos dispensa el personal sanitario.
Pero no basta. También debemos reforzar nuestra responsabilidad individual cambiando nuestra mentalidad y nuestros hábitos.
La pandemia corrobora que es preciso asegurar de manera definitiva algunas premisas a nivel global, porque el planeta, al igual que la realidad y el conocimiento, es una unidad.
En primer lugar, queda demostrado que la colaboración
científica es fundamental y muy efectiva, sin fronteras ni intereses espurios
que la estorben, para que los hallazgos de unos inspiren las investigaciones
de otros y, así, conseguir cuanto antes paliativos y remedios adecuados.
También, que la ciencia y el conocimiento abiertos
son un imperativo moral y un derecho humano. En esta emergencia es cosa habitual que los artículos científicos que proponen esperanzadoras líneas de
investigación se publiquen en abierto con la mayor rapidez posible, salvaguardando, eso sí, su carácter científico y no puramente especulativo.
Además, vuelve a demostrarse que el gasto en generación de conocimiento, investigación y en promoción del talento científico es una de las mejores inversiones que puede hacer una sociedad.
Y, finalmente, que la simbiosis entre diferentes
disciplinas científicas y técnicas (medicina, ingeniería, informática,
matemáticas, farmacología, bioquímica, genética, ecología, veterinaria, nanotecnología, inteligencia artificial, etc…) no sólo nos
hace más sabios sino, también, mejores para enfrentar los desafíos globales y
existenciales que nos aguardan, singularmente los provocados por la agresión constante que ejercemos sobre el el medio ambiente y la difusión de patógenos mortales a escala mundial.
Nos equivocaríamos por completo si pensáramos que este episodio pandémico no será, a su término, más que una interrupción dramática de las rutinas personales, que tarde o temprano volverán como si no hubiera pasado nada.
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