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Balder, el ventrílocuo


El ventrílocuo Balder, agradece a Marino Gómez-Santos
la entrevista que le hizo en el Diario Pueblo


No hace mucho, aún asombraba el ventrílocuo, como pasmaba y entretenía casi todo, porque la capacidad de fascinación de las gentes estaba prácticamente virgen. Entonces no padecíamos la hiperestimulación de las redes o de las pantallas, ni las exigencias y apremios del enjambre en el que se ha convertido la sociedad actual. Cualquier cosa maravillaba porque era novedad, algo extraordinario, aún en su mayor simpleza y candidez.

Fascinaban los pirófagos, los hialófagos, los faquires, los leones indolentes falsamente sometidos por el látigo del domador, los autómatas, el cine mudo, el forzudo de pega, los pasajes del terror, los relojes de cuco y la exhibición, por pueblos miserables de adobe, de teratologías ambulantes. El mundo era ingenuo y bárbaro a su manera, como un cuadro de Gutiérrez Solana. África era exótica, China misteriosa y el triángulo de las Bermudas una puerta a otra dimensión.

Hoy, alcanzada la mayoría de edad con respecto a la época anterior (no a la siguiente, por inimaginada y temida), África es miseria, China es una superpotencia mundial y las Bermudas son un paraíso fiscal que lava el dinero del crimen globalizado. Nada de esto fascina ya. Todo lo más, irrita, asusta o conmueve.
 
La transformación sufrida por la capacidad de asombro, que ha llevado sólo una generación, ha sido completa. El misterio ha desaparecido (y, con él, los misteriólogos profesionales), cosa que hemos descubierto por el cambio de los gustos y de las apetencias sociales, que dicen mucho de cómo somos y hacia adónde vamos, si se observan bien. 
 
Mientras tanto, parece que el hueco dejado por el misterio está siendo ocupado por supersticiones y viejos ideologismos, hipótesis que sólo mencionaremos de paso, porque nos desvía completamente de nuestro propósito que es hablar de Balder, el ventrílocuo.



Tarjeta de presentación de los personajes de Balder. 
Los más célebres fueron el niño, el torero, el paleto,
la señora y el modisto, tipos del casticismo madrileño


Cuenta Marino Gómez-Santos que Balder, el ventrílocuo, nació en Madrid en 1878. Se llamaba Eugenio Balderraín Santamaría. Perteneció Balder a la última generación de ventrílocuos clásicos, con los que rivalizó, como Paco Sanz y sus actores mecánicos, Richiardi y Felipe Moreno, entre otros.

Según informa el propio Balder, desde niño fue aficionado a la mecánica y al mundo del espectáculo. Resultó deslumbrado por Leopoldo Frégoli, que actuaba como transformista en el Teatro Apolo. El artista italiano tenía una voz tan flexible y con tantos registros, que podía encarnar personajes masculinos y femeninos en una misma sesión, encadenando hasta catorce de un tirón. 
 
Quiso Balder ser transformista y bululú como Frégoli, y así debutó, aunque su comienzo fue también despedida, porque si de voz elástica iba sobrado, le faltaban las condiciones anatómicas mínimas para parecer mujer. No se desanimó Balder por este temprano fracaso, hechizado ya por el veneno de las tablas. Su vida, entonces, giró en la dirección correcta cuando vio una actuación del ventrílocuo Juliano, que tenía barraca en la Plaza de Antón Martín, decidiendo seguir sus pasos. En un taller compró cabezas y cuerpos de muñecos, que ensambló él mismo en un semisótano de la calle de La Cruz, añadiéndoles articulaciones y otros mecanismos para dotarles de realidad viviente. Con estas mañas y equipo, debutó como ventrílocuo en el Teatro de la Latina, el 5 de junio de 1906, iniciando una carrera de éxitos que le llevaría de gira por la Argentina y a publicar un raro Tratado de Ventriloquía en 1910. Su vida artística fue fecunda, hasta que la ventriloquía entró en decadencia, a lo que se unió el fallecimiento de su mujer. A partir de ese momento, perdió la vitalidad creadora y su lugar en el mundo.


Balder, con una de sus creaciones

De Balder se dice que fue el primer ventrílocuo en afeitarse el bigote, que en su caso era de estilo francés tirando a húngaro, aditamento que era para su oficio lo que la red para el trapecista o el antifaz para el ladrón. Actuó sin red, por tanto, para que se apreciara su destreza, que consistía en hablar con diferentes voces haciéndose el mudo. Improvisaba siempre y cuando era menester se arrancaba con jotas y flamenco castizo, cosechando ovaciones y aplausos de un público entregado.


Las criaturas de Balder charlan con Marino Gómez-Santos

Tres sentimientos producía el ventrílocuo en su edad de oro: asombro, risa y un poco de miedo.

Asombro, porque el arte del ventrílocuo consiste en hablar con el estómago sin mover la boca, con voz distinta a la propia, que se da a un muñeco que parece tener el don de la palabra, al que se mueve también con disimulo, como criatura creada por el humano que, a la legua, se ve que es una prótesis del artista, aunque esta cuestión no importaba.

Risa, porque el muñeco parlanchín dice lo que no diría la persona, al carecer de conciencia y de responsabilidad, como el bufón o el loco, por más que su palabra sea falsa y resultado de un artificio a veces muy evidente, aunque este detalle tampoco importaba.

Y algo de miedo, porque un muñeco que parece cobrar vida y personalidad propias, sin brillo en los ojos, es cosa truculenta, un golem, inspiración de cuentos, leyendas y guiones cinematográficos que indagan en el tabú de la Creación. Aquí se nos viene a la memoria una película inquietante, El ojo de cristal, de 1957, dirigida por Robert Stevens y presentada por Alfred Hitchkock, que recomendamos encarecidamente.

El ser humano, mortal y finito, no puede modelar con sus manos un Prometeo, no puede ser el numen de un émulo que, como experimento condenado, será necesariamente engendro, monstruosidad y error. De ahí la habladuría, falsa de todo punto, de aquel ventrílocuo norteamericano llamado McCarthy, del que se decía que en vez de un muñeco iba acompañado en sus actuaciones por el cadáver putrefacto y parlante de un niño, al cual no dejaba que nadie se acercara.


Balder posando con su "familia"


En el siglo XIX, cuando el magnetismo, la electricidad y la hipnosis parecían cosas del más allá, hubo ventrílocuos y ventrílocuas que trabajaban sin muñecos, haciendo un gran negocio: se llamaban médiums.
 
Usaban estos mediopenumbristas otros aditamentos, como la bola de cristal, el pañuelo zíngaro o el turbante milenario, trucando y disimulando la voz en sesiones privadas de teosofía y espiritismo. Lugar especial ocupó entre ellos Madame Blavatsky, creadora de sociedades esotéricas, revistas de otra dimensión, negocios sin fin y escuelas de seguidores que, como sectas, se ramificaban enmarañadamente entre teósofos, magos, luciferinos y demás variantes, reclamando todos ser los únicos portadores de una verdad oculta que nunca nadie veía. 

Pero volvamos a Balder, a sus años finales, que coinciden con el canto del cisne de un arte escénico, el de la ventriloquía, que databa del tiempo de los faraones. Así los describe Marino Gómez-Santos:



Texto de Marino Gómez-Santos
sobre los últimos años de Balder


"Creo que con la entrevista larga que le hice a Balder puede conseguirse un texto, a modo de cuento, muy interesante. Balder retirado ya del mundo del espectáculo como ventrílocuo, iba todas las mañanas a una casa vieja, creo que de la calle de la Cruz y al fondo de un patio tenía un cuartito con sus baúles. Tengo una fotografía con él y con sus muñecos, a los que visitaba todas las mañanas, sacándolos de los baúles y monologando con ellos como si fueran personas. De doña Cañerías, que era una muñeca madrileña, de tamaño natural, me decía cómo en los años treinta había ganado, bailando con ella, un primer premio en los bailes de carnaval del Círculo de Bellas Artes. Del muñeco flamenco y de otros, hablaba con pasión de padre. Solía decir que sus muñecos se vestían en los mejores sastres y calzaban, a la medida, por los mejores zapateros de la época. Creo que Balder apareció muerto en la cocina de su casa. En los últimos años de su vida a Balder le preocupaba obsesivamente el destino de sus muñecos y me decía que si tuviera valor haría con ellos una hoguera para que cuando él faltase nadie pudiera maltratarlos o que apareciesen en un puesto del Rastro."

La realidad es que Balder murió sin tener el valor de quemar a sus criaturas.


Última voluntad de Balder sobre sus criaturas


Concluyamos con un poema dedicado al ventrílocuo, publicado en el libro Un mes con el circo, de Alfredo Marquerie, publicado por la editorial Taurus en 1955, que forma parte del FDMGS.



EL VENTRÍLOCUO

¿De dónde sale tu voz, 
de qué pozo de misterio
subes agua de palabras 
al brocal helado y pétreo
que son tus dientes cerrados, 
tus labios sin movimiento?

Así hablaba, según dicen, 
el oráculo de Delfos, 
y Constantino, el bufón,
ponía pasmo de miedo
cuando acercaba a la gente
lejanísimos acentos.

¿De dónde sale tu voz?
¿Por qué guardas con recelo
la clave de tu gran burla, 
el recóndito secreto
que inspiró a los fabulistas
con moraleja sus versos,
los diálogos de animales
y acaso el "Ábrete, sésamo"?

Tú no respondes, ventrílocuo;
lo hacen por ti tus muñecos,
los autómatas, que tienen
vida propia, sangre, nervios, 
porque, sin saberlo, eres
su esclavo más que su dueño.

Que de tanto desdoblarte
y de poner tu "yo" en ellos
te estás privando del ser,
del habla y del pensamiento; 
por jugar tanto al fantasma,
fantasma te estás volviendo.
Y cuando te quedes mudo
se reirán de tu silencio.



Comentarios

  1. La parodia que hizo Balder de una sesión de radio realizada por un aficionado, la tienen en el siguiente enlace:
    https://www.facebook.com/archivohistoricoea4do/videos/2133526976909925/

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por enviarnos este enlace de una grabación de Balder, en la que escuchamos su voz. Nos lleva a tiempos en los que había que imaginar más porque se veía menos, siendo la palabra hablada y escrita mucho más importante que ahora.

      Eliminar

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