El 13 de marzo de 2019, se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), filólogo, lingüista e historiador.
Las tres disciplinas que cultivó son muy próximas y se hermanan
con naturalidad, porque en las sociedades analógicas, la lengua y la literatura, entendidas como decires populares y como formas cultas, componen la historia, tejiendo, en lo hondo, la conciencia colectiva. ¿Cómo escribir, si no, una historia de la lengua española sin mencionar la historia de España, su literatura, cultura, dialectología, lengua hablada, orígenes e influencias?
Menéndez Pidal es discípulo de Menéndez Pelayo, al que supera en su tradicionalismo aislacionista y extremoso. Además, es maestro de brillantes figuras que irradiarán su erudición y métodos en la
historia, la filología, la literatura y, también, en la pura creación literaria, como Américo Castro, Tomás Navarro, Pedro
Salinas, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Homero Serís, Salvador Fernández Ramírez, Amado Alonso, José Manuel Blecua, Samuel Gili Gaya, Antonio García Solalinde, Alonso
Zamora Vicente, etc.
Menéndez Pidal es descubridor y
analista de la literatura medieval española, también de la posterior (por ejemplo, en su Antología de Prosistas Españoles, llega hasta el siglo XIX, con un capítulo dedicado al Conde de Toreno), y estudioso impar de los orígenes
y desarrollo de la gramática de nuestra lengua, de cuya comprensión somos deudores. Académico en 1902 y director de la Real Academia Española en dos ocasiones (1925-1938 y 1947-1968), institución que ahora celebra el bienio pidalino con numerosos eventos, Menéndez Pidal es autor de una obra inmensa rebosante de erudición.
El FDMGS cuenta con varios
documentos del fundador de la lingüística científica en España y padre de la primera escuela filológica española, que puso al nivel de la mejor europea. Destacamos uno de ellos, por su oportunidad
en nuestra complicada actualidad: un autógrafo de apretada letra en el que reflexiona
sobre lo vasco y la unidad de España, tema recurrente de nuestra
historia política desde el siglo XIX.
Responde Menéndez Pidal a un
artículo anónimo publicado por el diario Le
Temps, en el que se afirman dos ideas principales: que el pueblo vasco es “uno de los más sólidos reductos de nuestra
civilización occidental” y que, debido a ello, “es merecedor, a los ojos de la cristiandad, de conservar su plena y libre
personalidad bajo un régimen político capaz de protegerlo permanentemente de
las tempestades que se desencadenan periódicamente al sur de los Pirineos.”
A estas ideas, que considera injustas y contrarias a la realidad, contesta Menéndez Pidal, desde una concepción historicista de la nación, lo siguiente:
· El pueblo vasco se negó en absoluto
a la civilización occidental de Roma. Fue preciosa reliquia de la España
ibérica, de la cual recibió su cultura primitiva y su lengua actual. De quien obtuvo el aporte occidental fue, precisamente, de España, de la que formó parte desde sus
orígenes en los tiempos de la monarquía asturiana.
· La íntima compenetración del pueblo vasco con
España queda acreditada, por ejemplo, por un Ignacio de Loyola, que “conmovió el catolicismo”, por un Juan
Sebastián Elcano, que circunnavegó por vez primera el globo, o por Miguel de
Unamuno, “gran vasco y gran europeo que
sentía la unidad española” y que fue “la
más elevada y atenta expresión del pensamiento vasco.”
· Además, los vascos recibieron,
por ser parte de España, el legado de América, sin el cual hoy serían una cosa
muy distinta de lo que son.
Termina Menéndez Pidal su puntualización histórica con dos importantes afirmaciones: “los países más democráticos proclaman urgente la necesidad de robustecer la verdadera unidad espiritual de toda la nación” y “dejen a los españoles decidir, sin injerencias extrañas, el grado y el modo de la unidad espiritual que también necesitan.”
En esta correspondencia dirigida a Marino Gómez-Santos, Menéndez Pidal reflexiona sin estrépito sobre la democracia, el nacionalismo y la unidad, porque en el debate nacionalista, generalmente, sobran
emociones y mitologías y faltan razones y frialdad.
Si en la relación entre las naciones y los Estados se imponen la exaltación y los esencialismos, acertarán los que hoy dibujan un escenario tenebroso para una Europa que cada día se parece más a la del período de entreguerras.
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